Ahora que es posible con el perfil menos acusado de la pandemia, y observando las medidas básicas higiénicas y sanitarias, Diario JAÉN ha compartido convivencia en una residencia con sus mayores. Bunquerizadas para intentar blindarlas contra el virus, residentes y cuidadoras han soportado, y sufrido, en los últimos dos años, una de las cargas más duras de la crisis sanitaria. La vida para todos, dentro y fuera, ha mejorado y propicia el encuentro. Dos mañanas acordes con la meteorología de esta primavera, una lluviosa y otra soleada y cálida, en la residencia Altos de Jontoya de Edad Dorada Mensajeros de la Paz, dan para dos buenas conversaciones y, aunque en unas horas no es posible construir el relato completo de sus vidas, sí es posible levantar las vigas maestras. Ellos conocieron al periódico y a varios periodistas; nosotros a unos comprovincianos pletóricos de ganas.
Esa era la propuesta, conocimiento mutuo para contar después cómo viven, qué valores aprecian y cómo son en esta etapa de edad dorada, que es lo que procura esta institución social gestora del centro. Tienen bastante autonomía en distintos grados; los de menos movilidad, apoyados en sus bastones, muletas o en sus sillas de ruedas eléctricas, junto a sus cuidadoras. Es un colectivo heterogéneo de procedencia, parejo en edad; los más jóvenes son de un grupo de residentes que necesita cuidados y terapia en el centro por trastorno de conducta, con sus profesionales. Para quien pudiera caer en la tentación de comparar, no son como niños. Son adultos en esa edad dorada que su residencia y la organización social pretende que sea reflejo de una buena vejez, la mejor posible.
Los relatos. Juan Espejo, director del periódico, comienza a explicar quiénes somos y qué hacemos, para que los encuentros viren de nuestros relatos a los suyos y encuentren espacio comunes. “Para enterarse”, dice Felipa sobre el servicio que presta un periódico. Y de ahí, unos y otras elaboran una larga lista de utilidades, más allá de la lectura, relacionados con la vida cotidiana y con las actividades y trabajos cuando eran más jóvenes. Tecnología, en su más amplia acepción práctica, y conocimiento; actualidad e historia en el primer relato. De ahí se construye un segundo relato que utiliza como cabeza de puente el reciclaje, del papel prensa, en este caso. Basta enseñar un ramo de flores hecho con hojas de periódico tras haber visionado un vídeo sobre una romería de la provincia en una gran pantalla y en un plasma táctil que apoyan los encuentros. Un ramo, por ejemplo, para regalar a la patrona del pueblo, sugiere Espejo. Espontáneamente, entre todos, construyen casi el santoral de la provincia, pueblo a pueblo, los suyos: ramo para la Virgen de Cuadros de Bedmar; San Marcos de Torrequebradilla, de Arroyo del Ojanco o de Beas de Segura; San Juan de Los Villares; el Señor de la Misericordia de Torreperogil; la Virgen de los Dolores de Torredonjimeno, el Señor del Mármol de Cambil; la Virgen de Zocueca de Bailén o de la Fuensanta de Huelma.
Hay otro relato que interesa sobremanera, el de los valores, porque, además, está incrustado en el tuétano de la institución Edad Dorada Mensajeros de la Paz. ¿Saben que es lo que más aprecian en este grupo de mayores? ¿Lo que sus experiencias han aquilatado desde la altura de sus años? Es el amor. A propuesta del director del periódico van pronunciándose sobre un cartel repleto de sustantivos. Buena parte de ellos lo señalan y pronuncian sin titubear, y lo ilustran en tres de sus acepciones; atracción, unión y afinidad. Por ejemplo: Eduard y Ceferina (Seve para los amigos) están muy unidos; María Antonia dice que está enamorada de sus dos hijas; entre el grupo alguien dice que de su marido, al que recuerda; y hay quien dijo que del periódico, por afinidad. Pero la lista es larga; al amor le siguen el respeto, la solidaridad, la niñez, la educación, la belleza, el cariño, la lealtad, la amistad, la bondad, y el respeto. “¿Por qué no escribís sobre todo esto?”, sugiere el director. “Me gusta la poesía”, dice Manuela, que está a su lado y acaba de mirar el cartel. Juan Cobo, director de la residencia, toma nota.
Con la pantalla táctil comienza a montarse otro relato, el de los recuerdos, apoyados en una larga secuencia, con banda sonora de la época, de anuncios y publicaciones. Toda una vida resumida en minutos. La clave son los nombres: Celtas cortos, Singer, tirachinas, Phillips, Calmante vitaminado, Telefunken, Cuadernos Rubio, Soberano, Quinielas, Suchard, el capitán Trueno, Goliat, El Gorriaga, linimento Sloan, Okal. De las seducción de las imágenes a pasajes que permanecen nítidos en su memoria. Y no sólo con la pantalla y el plasma táctil, también con fotografías del archivo histórico del periódico, láminas, máquinas y otras herramientas que, cada una en su tiempo, determinaron lo cotidiano.
A Juanita, que fue maestra en Arjona, todo le parece “muy bonito” y sonríe con cada cosa que ve. Antonia observa cómo se compone una cuatricomía tras contestar que la tinta es la base de todo en una página de periódico. José Manuel escucha atento un vídeo del Papa y asiente sobre dos valores: humanidad y bondad. “Es muy moderno”, dice casi pudorosa Felipa sobre internet y María Antonia sorprende cuando califica de “puntazo” un máquina de fotos hecha con papel reciclado. Gregorio, que es un lector empedernido, ayuda la director a contar la historia del obispo insepulto. Y suelta su nombre del tirón: Alonso Suárez de la Fuente del Sauce. Felipa se anima y de fine una secuencia en color de un mapa climático de Jaén en distintas épocas, del verde al rojo pasando por el marrón y amarillo: “Ahora estamos a lo loco”, sentencia. Salvador, que fue agricultor, albañil y trabajó en la Cooperativa Provincial Agrícola 25 años, cuenta que escuchaba la radio en una Telefunken que vendían en un comercio de Bernabé Soriano, y recuerda a los retratistas haciendo fotos a la gente en las plazas con aquellas máquinas de placas, sobre trípode, con cortinilla negra y flash de magnesia. Justo, en cambio, recuerda las cámaras desechables, “instantáneas”. “Yo me acuerdo de los teléfonos negros grandes”, dice Luis. “Esos negros también se colgaban en la pared”, apostilla Miguel. Gabriel mueve la cabeza cuando ve la vieja foto de Manolete, herido, retirado en volandas de la plaza de toros de Linares. Activa su móvil y le enseña al periodista un cartel de la “Corrida del siglo”. Jaén 1971, coso de La Alameda. Para todo el mundo, El Viti, El Cordobés y José Fuentes. Gabriel tenía 10 años y se acercó a curiosear a la plaza. Un capataz le ofreció echar una mano con cables y cuerdas; a cambio, dos entradas para el gran festejo. No se lo pensó. Sudoroso cogió las entradas tras el trabajo y corrió a casa. Era tarde. Su padre, enojado, le recriminó. ¿Qué pasó? “Que rompió las dos entradas y las tiró al cubo de la basura”, responde Gabriel. Su gozo en un pozo. Y Cristóbal, tan bonachón como grande, que parece dormir pero no lo hace, deja una pregunta para cavilar. “¿Qué es mejor, lo de antes, lo de ahora o lo que tiene que llegar?”. Y se sienta de nuevo en su sillón. El relato final va cosido con símbolos: la arroba de internet dice que puede acercarnos al mundo y separarnos de lo cercano; a ellos ya no, pero sí a sus nietos; importan las personas; una estrella es un sueño y una flor, la vida que hay que cuidar, pero siempre como ese emoticono que sonríe. En la despedida, una invitación del director para que visiten el periódico, cuando corresponda.
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